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Segunda Época | Mes MAYO/2017 | Año 3 | No. 26

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Elpidio Estrada a cien años de su muerte. Certidumbres y persistencia de un mito

Arsenio J. Rosales

Monumento a Elpidio Estrada, signo del eclecticismo en la escultura funeraria de Bayamo

Yania Socarrás Montejo

En la manigua

Ludín B. Fonseca García

El Benefactor

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Elpidio Estrada a cien años de su muerte. Certidumbres y persistencia de un mito

Arsenio J. Rosales

A comienzos de mayo del presente año y al parecer de forma silenciosa, se cumplieron noventa y nueve años del fallecimiento del patricio y coronel del Ejército Libertador Elpidio Bienvenido de los Ángeles Estrada. En el próximo 2018 Bayamo deberá aprestarse para asumir el primer Centenario de su extraño deceso.
Desde octubre de 1895, todavía en tiempos de la Colonia, cuando fungiera interinamente como Registrador de la Propiedad en la región —cargo que ocuparía con posterioridad durante la República y que le proporcionaría enormes beneficios en el orden personal y financiero—, Elpidio Estrada comenzaría a edificar para la posteridad los cimientos de su leyenda.  
El 10 de junio de 1865, sin padres ni deudos conocidos, el llamado Prohombre de Bayamo, habría de irrumpir misteriosamente en este mundo como un recién nacido “expuesto”,  abandonado quizás en un canasto en la puerta del Licenciado y patriota Esteban Estrada, abogado del reino, quien lo reconocería como “nieto” suyo, poniéndolo al cuidado de la esclava y mayorala de su hacienda “Glorieta”,  el propio año de su nacimiento.
Como Moisés, como Sinuhé el egipcio, como Rómulo y Remo, como cualquier personaje de una saga novelesca, iniciaba sus pasos en el dilatado acontecer de una república en ciernes. Para quienes deseen obtener una visión aproximada de aquel ser magnánimo, celebrado a lo largo de su prolífera existencia como filántropo, conquistador irrecusable, de fino decir e indiscutibles dotes en el arte amatorio y los secretos de Eros, me permito remitirlos a la emblemática obra del periodista y escritor Jesús Masdeu  “La Raza triste”, la primera y ejemplar novela bayamesa contemporánea, donde el versátil Epicuro sintetiza las excelencias del gentleman, del caballero opulento, caritativo, que vacía sus manos en pro del desvalido y las nobles causas ciudadanas.
Bien dotado en el físico, muy culto, resultaría aclamado por escritores y plumíferos de la época como el indiscutido árbitro de la elegancia en los salones bayameses. Mil aventuras parecen rodearle, episodios galantes, una suerte de ópera cantada en varios actos. El futuro abogado, político y hombre próspero de la República, desfilará frente a su época como un individuo exitoso, bien posicionado sobre el tablero de las decisiones del entramado bayamés y nacional.
En política, Estrada despunta desde temprano como un moderado y conservador, pero muy hábil en el arte de las transacciones, la puja bursátil, la adquisición de acciones y bienes raíces. Como patriota se le observa indeciso, un tanto errático de inicio, demorado en tomar las armas por la independencia hacia 1896. Antes de hacerlo, encabeza una Comisión de naturaleza autonomista y espíritu conciliatorio, que aboga por la deposición de las armas frente al poder colonial.
De él se comentan algunas peculiaridades, como el hecho de marcar sus libros con billetes de banco; que solía perseguir con especial afición a mujeres casadas y de sociedad;  que era gran admirador de Napoleón Bonaparte y la Gioconda y de la poesía de Rubén Darío. Se vanagloriaba de exhibir bastones y costosas joyas, sobre todo el ostentoso brillante que portaba consigo. Mecenas, amigo de periodistas, escritores y poetas, cultivó la amistad del afamado  polemista, narrador y duelista Emilio Bobadilla.
En 1918, año de la muerte de Elpidio Estrada y del famoso músico francés Claude Debussy, se esparcía la célebre pandemia de gripe española sobre Europa; la Primera Guerra Mundial tocaba a su fin y los precios del azúcar alcanzaban puntuaciones record en los mercados y la bolsa de Nueva York, mientras nuestro país se debatía en la llamada Danza de los millones.
Dentro de las especies que poblaron la mente de sus contemporáneos, se hablaba con encomio del Registrador de la Propiedad: conjuntamente con el comandante Gilberto Santiesteban había donado una importante cifra para la construcción de un nuevo Camposanto. Pero la nota exultatoria, la  más dramática en labios del pueblo, lo relacionaba con una promesa suya mediante la cual financiaría con la  suma de quinientos pesos el velorio  y enterramiento de la primera persona fallecida que estrenara el flamante Cementerio.
Pese a que el rumor popular hizo recaer el deceso en una humilde mujer del barrio San Juan, inhumada en la mañana del 2 de mayo, le correspondería a don Elpidio ocupar los honores y primacía de tan infausta inauguración en horas de la tarde, ese día. Sus funerales y entierro constituyeron todo un acontecimiento grandioso  en su época.
En cierta nota que publicara uno de los periódicos de la ciudad (para el caso da lo mismo El Heraldo que La Tribuna o La Regeneración), se afirma sin el menor rubor que el benemérito Elpidio falleció por Asistolia, un extraño diagnóstico emitido por el Dr. Peralta —suponemos se trate del doctor Grave de Peralta, director por entonces del Hospital Civil—, como si la sístole o la diástole del corazón humano bastaran por sí solas para causar la muerte de un cincuentón sobrealimentado, robusto, al que medio Bayamo viera  galopar horas antes como un triunfador por las calles. ¿No habría sido preferible achacar las consecuencias de su muerte al envenenamiento provocado por la ingestión de chocolate y bananas durante el desayuno? He aquí otra de las versiones que circularon en el imaginario bayamés, ridícula en apariencia, despojada de todo lirismo, pero menos maliciosa al no provenir de una fuente autorizada, “científica” como la anterior.
Toda esa leyenda en torno a su muerte y un famoso e hipotético duelo que estremeciera a la ciudadanía, a las fuerzas vivas y por extensión a toda la sociedad, es otra de las grandes incógnitas, por cuanto implicaba no solo al más encumbrado de sus personajes, sino, al capitán Ignacio de la Garra, oficial del ejército constitucional, en comisión de servicios en el Regimiento de Bayamo y a su esposa, a la que supuestamente don Elpidio asediaba con requiebros, apasionadas cartas de amor e incluso con el ofrecimiento de un jugoso cheque cuya cifra debería fijar la idolatrada.
Todo ello desencadenaría el drama, los reclamos del esposo ofendido, el desafío y el consecuente duelo a espada, arma que ambos contendientes dominaban. Se supone que Elpidio sufriera heridas severas, una de ellas en el cuello, la otra en el abdomen y que,  conforme versiones en boga, produjeron su agravamiento y ulterior fallecimiento. El tiempo quizás, las convenciones sociales, los intereses de familia y un  incomprensible velo de silencio contribuyeron a engrandecer el mito, a sublimarlo con esas orlas de novela romántica. Al parecer el comandante Santiesteban, testigo del duelo, emitió su versión años después; el propio capitán De la Garra contó a determinado bayamés de paso por Chicago, en viaje de negocios, su propia y personal experiencia, el caso es que la leyenda se expandió y aun se mantiene  viva, fulgurante  y extraña en el imaginario popular de la región.
Aún después de muerto, otros ribetes no menos delirantes se añadirían a los perfiles de la fábula y estuvo relacionada con la herencia. Como el occiso había fallecido sin testar y existían incongruencias, determinada incertidumbre e inconformidad entre los herederos alrededor de lo que correspondería a cada cual, un astuto procurador de la ciudad, en connivencia con espiritistas del patio, convenció a las partes en conflicto para que el espíritu se manifestara y decidiera desde el más allá cómo  habrían de dirimirse las cosas.  Sobrevino la sesión espírita, se presentó el ser  y en medio de escenas conmovedoras y copioso llanto, el espíritu de don Elpidio determinó casuísticamente en qué condiciones se efectuaría el reparto de bienes, sin descuidar por supuesto la porción que la correspondería al astuto Procurador.
Mito y verdad, realidad o fantasía parecen entremezclarse. La saga pueblerina no podría opacar la subyugante personalidad de Elpidio Estrada, su inevitable legado ni la importancia que revisten los hechos para el acontecer  y la vida de esta Ciudad.

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Monumento a Elpidio Estrada, signo del eclecticismo en la escultura funeraria de Bayamo

Yania Socarrás Montejo

Con el sol de fondo, destello de cruz gloriosa, amanece el más controvertido de los monumentos funerarios de la Necrópolis de Bayamo. Erigido a uno de los personajes más relevantes de finales del siglo XIX y principio del XX, el Lic. Elpidio Estrada, quien avivaba comentarios y especulaciones en la ciudad y quien modelara parte importante de la cultura bayamesa.
En el contexto bayamés de inicio del siglo XX, una ciudad en ruinas luego de más de treinta años de abandono y la desidia política como castigo, comenzaba a gestarse un despertar cultural aparejado a un paulatino proceso constructivo. Desde los primeros años se desarrolló un fuerte movimiento de evocación de patriotas y acontecimientos significativos de la contienda bélica lo que propició que fueran sustituidos los varios nombres de calles y parques de esta manera se erigieron monumentos que dieron magnificencia y prestancia a estos sitios.
La burguesía bayamesa a inicios de siglo sintió la necesidad de gestar proyectos que revitalizaban la imagen de la ciudad, la vida cultural y, aparejado a ello, el orgullo de ser bayameses. La urgencia sanitaria era tema candente, los reclamos por la construcción de una nueva necrópolis debía ser prioridad. La ciudad mortuoria para Bayamo se convirtió en el tema más recurrente, debía cumplir con los requerimientos para tales fines, pero, sobre todo, sería el nuevo espacio para la realización de las ansias de una pequeña burguesía que debía reflejar su posición social y económica.
Elpidio Estrada, coronel del Ejército Libertador, Registrador de la Propiedad, hombre de negocios con un amplio interés por la cultura nacional y local, se había pronunciado a favor de la donación de un terreno para el cementerio, idea que quedó en la tradición oral de los bayameses como el benefactor de la ciudad.
Muchos son los que al entrar a la Necrópolis perciben con curiosidad la escultura de gran tamaño de un hombre que sobre un pedestal se alza en el campo dos frente a la calle principal. Se trata del panteón de Elpidio Estrada y su familia. Realizado en mármol de Carrara, fechado de 1918, año de su fallecimiento. Indudablemente una personalidad como esta no podía quedar sin un monumento que la inmortalizara y favoreciera su reconocimiento social.
El panteón responde a la tipología de bóveda compuesta, tiene en su estructura de base cuatro bóvedas y dos nichos que se hacen acompañar por lápidas con cruces talladas y argollas de acero. Su elemento de plano de fondo o elemento decorativo principal es precisamente una escultura a cuerpo entero de un hombre, en representación a Elpidio Estrada, en pose señorial muy bien vestido de acuerdo a la costumbre de la época, cada uno de los detalles (caída del tejido del saco o el pantalón, botones, tratamiento del cabello, las manos, rostro y la perfecta anatomía humana) dan mérito no solo al artífice sino al propietario y su familia. Su rostro erguido refleja a un prestigioso y sereno caballero. En el pedestal dos lápidas trabajadas a medio relieve hacen gala de la cultura occidental, el frontal bellamente trabajado la maternidad en la dulzura del gesto de una madre que abraza a sus hijos, siempre pequeños recurriendo al abrazo eterno y el amor fraternal. El posterior representa la vida en su faena, un joven laborioso se hace acompañar por su martillo y su mesa de herrero, al fondo un ángel cubre con sus alas y una figura femenina llama poderosamente la atención del joven, ambas lápidas enmarcadas con finas rosas y figuras zigzagueantes. El amor, la protección, la obra de toda la vida, verdades inquebrantables y universales del hombre.
Alrededor del basamento, sobrias balaustradas de mármol decoran dando forma al cercado, las anillas permiten deducir que se acompañaron de cadenas, casi siempre de bronce, como fue frecuente en la estética del eclecticismo imperante en los cementerios cubanos de inicios de siglo. Distribuidos debajo de cada balaustrada se bordan siluetas de columnas corintias en el mármol blanco de Carrara para adornar toda la superficie exterior.
No se trata de un monumento común que pueden encontrarse en los cementerios más importantes del país apegadas al motivo religioso en búsqueda del consuelo divino y la paz eterna de los difuntos, se trata de una obra de arte de exaltación a una personalidad, de evocación. Un monumento funerario único de cuerpo entero realizado en mármol con perfecto estilo realista dentro de los cánones eclécticos en la ciudad de Bayamo, una joya que debe ser defendida y protegida como patrimonio preciso a las futuras generaciones. En el milimétrico momento en que cae la tarde su rostro, frete al oeste, continúa iluminado perpetuando la luz y evocando ilusiones.

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En la manigua

Ludín B. Fonseca García

El 24 de febrero de 1895 se reinicia la guerra por la independencia. Veteranos de la Guerra del 68 y jóvenes nacidos durante el conflicto responden al llamado del Partido Revolucionario Cubano. En Bayamo los alzamientos son masivos. El coronel Joaquín Estrada se alza en Mogote, José M. Capote Sosa en La Estrella y Esteban Estrada en Vega de Piña. El ideal independentista proclamado por Céspedes y Martí logra imponerse. La gente ha dejado de creer en las fórmulas conciliadoras impulsadas por las corrientes reformista y autonomista.
El 27 de febrero Joaquín Estrada recibe en su campamento una comisión autonomista que pretende poner fin a la insurrección. Encabeza la delegación el abogado Elpidio Estrada. En otros lugares de la Isla ocurren hechos similares. Los independentistas bayameses se niegan a negociar con el poder colonial.
Elpidio aún no ha definido su posición política. Desde su infancia ha estado relacionado con personas vinculadas al régimen colonial y se siente en deuda con éste. Gracias a una merced de la Corona ha podido recibirse de abogado en la Universidad de La Habana. Por otro lado, el recuerdo de Esteban Estrada, que prefirió ser deportado antes que abandonar sus principios, le inclina a apoyar la causa independentista.
El panorama político-militar del año 1896 está signado por dos hechos que van a decidirle: la represión desatada por el Capitán General Valeriano Weyler y la llegada a la Isla de Calixto García, nombrado jefe del Departamento Militar de Oriente. El 25 de agosto Elpidio se incorpora a las tropas del Regimiento de Infantería Bayamo. Por su condición de abogado, obtiene pronto el ascenso a teniente coronel. No obstante, su expediente militar en este año no registra ningún hecho destacable. Su cargo de Delegado Fiscal para el gobierno español y su demora en alistarse despiertan la desconfianza de algunos oficiales.
El 18 de abril de 1897 se inicia en Bayamo un juicio contra diez independentistas acusados de tener contactos no autorizados con oficiales y guerrilleros españoles acantonados en la ciudad. El jefe del Segundo Cuerpo, Jesús Rabí, solicita a Estrada que recoja los testimonios y envíe un expediente al mayor general Calixto García. Una comisión encabezada por el Auditor de Guerra analiza los cargos y declara culpables a los encartados.
En 1897 Calixto García, buscando intensificar las acciones, promueve algunos cambios en la jefatura del Departamento Oriental. El 3 de mayo se realiza una concentración de tropas en el campamento de El Humilladero y Estrada es nombrado Jefe de Estado Mayor del Segundo Cuerpo del Ejército Libertador, a la sazón bajo el mando del mayor general Jesús Rabí.
Estrada rara vez dirige las tropas: tiene poca experiencia como militar (algo bastante inusual en los ejércitos patriotas); aun así, consigue ganar rápidamente la amistad y confianza de su jefe, quien delega en él importantes tareas políticas. Rabí y sus subordinados asumen sus responsabilidades en la lucha mientras el abogado redacta los partes militares, en los combates de Las Tunas y Guisa confecciona los listados de las bajas (cubanas y españolas), que más tarde se remiten al mayor general Calixto García.
El 28 abril de 1898 las tropas independentistas ocupan Bayamo. Estrada es nombrado Comandante Militar, con la misión de poner a producir los talleres y garantizar el apertrechamiento de las tropas.
Con el resto de las ciudades en poder de los españoles, la toma de Bayamo representa un reto para los independentistas. No existía ninguna experiencia en lo que refiere a la organización del gobierno civil, y las disposiciones dictadas por Calixto García para administrar las zonas liberadas van a provocar una confrontación con los dirigentes del Consejo de Gobierno cubano. El 28 de julio Estrada hace llegar una carta al alcalde Manuel Planas, con quien mantiene excelentes relaciones, ofreciéndole sus servicios.
Cuando las tropas del mayor general Rabí se dirijan a Santiago para sostener la última batalla contra las tropas españolas, el abogado permanece en su ciudad natal.
La guerra hispano-cubano-americana concluye el 12 de agosto de 1898 cuando los gobiernos de España y Estados Unidos, sin participar en la decisión al ejército mambí, firman un armisticio. El 18 de agosto Calixto García envía al Generalísimo Máximo Gómez una propuesta de ascenso de sus oficiales. Elpidio es ascendido a coronel.

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El Benefactor
El título de "benefactor" no parece injusto a Elpidio Estrada. Sus inversiones en obras de interés público sobrepasan los 113 282.50 pesos. Ningún otro bayamés ha contribuido tanto al desarrollo de la cultura y a mejorar las condiciones sociales. Entre las donaciones más importantes cabe mencionar:
1- Dinero para la restauración de la Iglesia Parroquial Mayor de Bayamo.
En 1905 se inician las obras; Estrada aporta: mil 500.00, una suma que habría sido destinada a la compra de la imagen del Cristo Crucificado.
2- Dinero y el terreno para la construcción de un teatro.
En 1918 invierte dos mil 050.50 para la construcción de un teatro, pero los trabajos se demoran. Antes de morir pide que el heredero de la finca (en la calle Maceo esquina Mercedes, valorada en nueve mil 732.10 pesos asuma el compromiso de terminar la obra en un plazo no mayor a quince meses. La finca va a ser heredada por Ana Ortiz González (768.65m2 y cuatro mil 935.45) y Florinda Estrada y Freyre (768.65 m2 y cuatro mil 796.65), ninguna de las cuales cumple la voluntad del difunto. El teatro que debía llevar su nombre nunca será construido.
3- La casa para El Liceo.
El Liceo de Bayamo sesionaba en una casa de Estrada arrendada en $ 40 mensuales. Antes de fallecer hace donación de la casa (valorada en 25 000 pesos) a esta sociedad, a condición de que su nombre sea cambiado al de Liceo "Elpidio Estrada" (debía aparecer en el frontis del edificio). Si se modificara el acuerdo o disolviera la Sociedad, se anularía también la donación, en cuyo caso la propiedad pasaría a manos del Hospital "Elpidio Estrada".
4- Dinero y terreno para la construcción de un hospital.
Pide se emplee la cantidad de $ 50 000 en la construcción de un hospital para pobres. Ana Ortiz, que sería la responsable del proyecto, recibe en herencia las fincas El Paraiso y San Rafael (valoradas ambas en $ 75 000; una tercera parte debía destinarse el mausoleo). Se incluyen las siguientes cláusulas:
a) El hospital llevará el nombre de Elpidio Estrada.
b) El municipio de Bayamo tomará a su cargo el sostenimiento del hospital, "dedicándolo, á perpetuidad, á los pobres de solemnidad". Si no pudiera atenderlo debidamente deberá entregarlo al Estado de la República.
c) El hospital no podrá ser vendido, cedido ni traspasado, bajo ningún motivo.
d) Si se infringieran estas disposiciones quedará nula la donación y el municipio de Bayamo se hará cargo del Hospital; y si éste no pudiese solventar los gastos de su funcionamiento procederá a arrendarlo, sacándolo a licitación pública y destinando las mensualidades a repartir, el primer domingo de cada mes, entre los pobres de solemnidad de Bayamo. La obra nunca se construye.
5- Dinero para la construcción de un Mausoleo en la Necrópolis.
Destina para esta obra $ 25 000. El Mausoleo debería albergar los restos de la primera persona que fuera enterrada en la Necrópolis (al enunciar este deseo ya agonizaba, por lo que pensaba dedicarlo a su memoria). El 16 de septiembre de 1918, la madre natural, Ana Ortiz, hizo cumplir la voluntad del difunto obteniendo aprobación del ayuntamiento para la compra de una parcela en la calle principal de entrada al nuevo cementerio.
6- Una parcela de su finca para un paradero de ferrocarril.
Cuando comenzó la explotación de la finca Macío abajo, Estrada construye un paradero para exportar ganado y maderas (tenía acopiados 400 palos de madera dura), y permite que otros residentes lo utilicen sin costo alguno. Al morir Elpidio, Abelardo Estrada segrega dos lotes de terreno de la finca madre para fundar la finca San Elpidio y construye un camino que llega hasta el paradero Elpidio, que aun lleva su nombre.
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Boletín Acento . Oficina del Historiador
Bayamo M.N., Cuba. 2017
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